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En-Contexto 5(7) • julio - diciembre 2017 • Medellín - Colombia • página 279 de 328 ISSN: 2346-3279
Prosperidad sin Crecimiento.
Economía para un planeta nito
Tim Jackson
Icaria Editores, 2011
Barcelona, España
Jairo Alonso Bautista*
* MSc. en Administración Pública, estudiante del Doctorado en Modelado en Política y Gestión Pública y docente de
planta de la Universidad Santo Tomás, Bogotá - Colombia.
jairobautista@usantotomas.edu.co
Enlace ORCID: orcid.org/0000-0003-1344-1692
Los fantasmas del estancamiento y decrecimiento
azotan hoy a las economías del mundo, los
policy makers” se preocupan en este contexto
por resolver la cuestión sobre el conjunto de
acciones que se deben emprender para recuperar
la “prosperidad perdida” y las épocas doradas del
crecimiento económico acelerado. El crecimiento
es la variable clave para medir la salud de la
economía de un país, pues expresa la capacidad
para producir bienes y servicios así como la
capacidad de su población para consumirlos, el
crecimiento incrementa el ingreso de los habitantes
de un país y este se relaciona con el “bienestar” de
las personas.
Contra esta creencia, Tim Jackson dedica las 266 páginas de su obra, retando
los conocimientos y supuestos elementales de la gestión económica dominante,
según la cual crecer más debe ser siempre el objetivo de las políticas económicas.
Jackson parte de una idea sencilla: la economía del mundo actual está inmersa
en una encrucijada de la cual depende el futuro de la humanidad, nuestros
modelos y prácticas económicas de crecimiento, riñen de una manera cada vez
más intensa con la sustentabilidad de la vida humana en la tierra.
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Esta no una preocupación nueva, desde la publicación del informe Bruntland y
los trabajos de los primeros economistas ecológicos en los años 50 y 60 del siglo
pasado, el mundo es relativamente consciente de las limitaciones ambientales
de un modelo económico basado en el consumo permanente y creciente de
bienes materiales, la presión sobre los ecosistemas de donde salen los insumos
para producir tales bienes, y el impacto negativo que se crea al depositar en
el medio ambiente los residuos de los procesos productivos, así como de los
bienes “inútiles” o basura.
Jackson aborda este problema desde un enfoque innovador: “lo que se ha
perdido en las últimas décadas no es el crecimiento o el bienestar humanos,
en realidad lo que hemos perdido es la capacidad para reconciliar nuestras
aspiraciones a una buena vida con las restricciones que un planeta nito nos
impone” (Jackson, 2011, p.21).
Desde esta perspectiva, orienta un debate alrededor del crecimiento y su
vinculación con nuestras ideas sobre la prosperidad, indicando que en efecto lo
que suele estar mal es lo que pensamos alrededor del tema, vincular prosperidad
y crecimiento no permite otra alternativa diferente al caos y la insostenibilidad
ambiental. Es claro que los fenómenos de cambio climático, unidos a la escasez
de insumos estratégicos (cobre, zinc, coltan, etc) están marcando cada vez más,
el límite ecológico de nuestra civilización.
Jackson plantea un debate más profundo en el que intenta señalar un conjunto
de aspectos problemáticos de los modelos económicos dominantes: el primero
de ellos es la irresponsabilidad de los decisores y formuladores de política, y los
agentes más importantes en la economía global -especialmente los nancieros-
que han tomado acciones arriesgadas, empleando a fondo los recursos y
capacidades de acción estatales, para aumentar las tasas de crecimiento
económico sin medir el costo de dichas medidas.
Esto ha llevado no a un crecimiento “suave y sostenible”, sino a crecimientos
perturbados y “gigantescos” seguidos de “profundas y peligrosas” crisis
económicas, en las cuales se retrocede en materia de bienestar colectivo y
personal, y cuya recuperación demanda una cantidad cada vez mayor de recursos
económicos. La crisis del 2008, que ha costado en los países industrializados
más de 7 billones de dólares de recursos públicos, es una muestra del peligro que
encarnan unos agentes en los mercados, liberados al albedrío de sus decisiones
y sin mucha conciencia de los efectos globales de sus decisiones.
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Esto resulta paradójico pues en la medida en que para incentivar el crecimiento,
los Estados permiten prácticas más riesgosas por parte de los agentes en los
mercados o asumen a través de las políticas públicas la tarea de movilizar
recursos para el crecimiento económico, las cuales terminan en consecuencias
indeseables: permanentes estados de décit scal para aumentar la capacidad
de consumo interna, incentivos a los ciudadanos para endeudarse, para comprar
las cosas que permiten recuperar la “prosperidad” perdida.
Un segundo aspecto crucial en la reexión de Jackson es que nuestra idea de
prosperidad es errada, lo que signica “prosperidad” para las personas es un
complejo conjunto de factores (económicos, sociales, históricos, psicológicos).
Mientras que el individualismo (signo del capitalismo occidental) plantea una
idea muy reducida de prosperidad entre las personas: todo está bien, si yo estoy
bien, y yo estoy bien si tengo para consumir los bienes y servicios que me dicen
que estoy bien.
Esto conlleva una desvinculación de la prosperidad individual de la
prosperidad general y la vinculación de la prosperidad con la idea de opulencia
-disponibilidad permanente y creciente de bienes materiales-, y estas ideas
tienen como consecuencia que nuestros modelos de prosperidad basados en el
crecimiento no tengan ninguna posibilidad en un futuro muy corto.
En este sentido Jackson señala la necesidad de dar paso a una economía
donde la prosperidad individual y colectiva vayan de la mano, y donde se
identique la prosperidad con la “utilidad de las cosas” o con las “capacidades
de orecimiento”, donde la premisa no sea que en todo momento y en todo
lugar “mas, siempre sea mejor”. Lo cual implica la necesidad de crear nuevos
indicadores que midan el bienestar y la prosperidad económica, y planteando
una crítica a la utilidad del PIB (PNB) para medir la multiplicidad de factores
que inciden en la prosperidad humana (los servicios del hogar, las acciones de
voluntariado, las prestaciones de los bienes ambientales, la no contabilización
de los daños ambientales).
Jackson hace énfasis en la importancia de comprender el bienestar como
realización -siguiendo los trabajos de Sen y Nusbawn- en el cual las capacidades
humanas esenciales están relacionadas con la vida, la salud física, la integridad
física, la razón práctica, los niveles de aliación social y el juego y control del
entorno propio. En este sentido, una nueva generación de políticas económicas
debe abrirse paso: aquellas que se centren en aspectos relacionados con las
dimensiones del orecimiento personal, y que hagan compatible la estabilidad
económica con las capacidades de orecimiento humano.
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El autor no generaliza su crítica contra el actual modelo de crecimiento
económico: de hecho rescata la necesidad de crecer como forma de mantener
la estabilidad social y evitar lo que denomina “las consecuencias humanitarias
de las crisis económicas”, plantea el crecimiento como una alternativa válida
en los países con menor nivel de ingreso, pero con la restricción de que dicho
crecimiento económico deberá llevar aparejado el postulado de “desvinculación
absoluta”, es decir, un crecimiento que deje de depender linealmente del uso de
recursos materiales y por ende que reduzca la presión sobre los ecosistemas.
Esta desvinculación solo será posible cuando la “jaula de hierro” del consumismo
se pueda quebrantar: la presión humana por consumir más bienes que presiona
por recursos naturales escasos, generando presión por aumentar la productividad
de los factores - trabajo especialmente-, e innovaciones que cambien las formas
de consumir lo que tradicionalmente se ha consumido, acelerando las tasas de
consumo y reduciendo el nivel medio de duración del mismo.
Jackson deja para el nal las recomendaciones de política, para lograr una
economía de la prosperidad: una macroeconomía verde donde el motor del
crecimiento no se relacione con el consumo sino con el desarrollo de un sistema
de producción de bienes “inmateriales”, con un uso altamente eciente de la
energía y los recursos disponibles, con cambios de enfoque en la gestión del
trabajo y un nuevo papel de la “productividad laboral”.
En segundo lugar, desarrolla los lineamientos para la construcción de una
“economía del orecimiento” la cual requiere tanto economía como nuevas
herramientas para la comprensión sicológica y social, para superar lo que
el autor denomina “recesión social” y que implica la denición de nuevos
estándares y objetivos para la vida de las personas, vivencias y experiencias
alejados del consumismo, que suponen la profundización de tendencias como
la “revolución tranquila” o la “simplicidad voluntaria”, que son arreglos
económicos que se basan en la aplicación de principios como el altruismo, con
una acción del gobierno que permita el encausamiento de nuevas estructuras
sociales, con ello el autor más que una revolución de la economía propone una
evolución de las formas y los arreglos económicos.
Este es quizás uno de los temas donde el autor deja muchos elementos sin
resolver: ¿Cuáles deben ser los diseños de la política pública para la nueva
economía que se reclama? ¿Cuáles las instituciones scales, las prioridades en
la asignación del gasto, los incentivos que se ofrecerán para que los demandantes
y productores se acomoden lentamente a los nuevos lineamientos? Este es
quizás un campo donde falta mucho por realizar en términos del diseño e
implementación de políticas públicas y uno de los frentes de mayor debate en
el contexto actual.